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Texto por: Diego A.

Fotografía por: Samara Saavedra 

Lalo y yo tuvimos un pitch para la nueva campaña de aquella marca china de celulares. Al terminar, nos invitaron a la presentación de su nuevo dispositivo, a la correspondiente «comida para medios», por supuesto no pudimos resistirnos a la posibilidad de tragos gratis.  

El after fue en un bar muy conocido del centro de la ciudad, bebíamos y fumábamos mientras platicábamos con un grupo de personas. La realidad es que yo escuchaba otra plática que rápidamente enganchó mi atención, sobre todo por la voz de una mujer. 

La miré, no pude quitar mis ojos de ella, tenía una voz potente y sensual. 25 ó 27 años, cuerpo firme, con piernas largas y muslos de corredora. El viento, el bendito viento logró entrar por uno de los ventanales y bajo su vestido, lo hacía revolotear y acto seguido logró que se le adhiriera al cuerpo, revelaba una belleza extraordinaria, aunque alcanzable, pensé para mí.  

Su cuerpo se contorsionaba con la música de fondo. A la distancia, sus ojos se veían oscuros y parecían una noche con el cielo quebrado. La escuchaba platicar sobre sus problemas con el amor, la pelea de la mañana con su papá y sobre el idiota que la acosaba en Instagram.   

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Ella cerraba sus ojos en los momentos cumbres de la conversación, para cegarse con su luz interna y no dejar que se fugara la melancolía. En ese momento, nada más existía. Se sentía sola, apartada del mundo y que alguien la escuchara era lo único que ella quería.

Yo, únicamente, la miré absorto y me sentí desamparado: sería inevitable caer profundamente enamorado de ella. Desde ya, estaba herido de muerte.  

De la nada y casi milagrosamente, descubrimos que entre el grupo con el que estábamos, ellas tenían un amigo en común. Nos presentaron y después ordenamos una cubeta de cervezas bien frías. Seguimos con el protocolo del “gusto en conocerte”.   

Con el transcurso de la charla noté que se reía de algunas estupideces a las que suelo recurrir; señal inequívoca de que el plan va en marcha. Sin embargo, en el momento de la verdad, trastabillé… probablemente la emoción me estaba jugando un truco y me hacía ver cosas que no.   

Permanecí calmo, mientras daba sorbos a mi cerveza y encendía un cigarro para matar el tiempo, sin tener que hablar, pensando en mi don para actuar en aquellos momentos críticos. Esta oportunidad podía ser una gran experiencia, porque ella estaba ahí, aburrida y hermosa, y tal el after terminaría por dejarla en soledad, sin que alguien se atreviera a lanzarse a su conquista.  

“¿Qué pretendo? ¿Llevármela a la cama?”, pienso con un rápido cálculo mental. Creo que ese es el objetivo a corto plazo, ese, al final de cuentas, es siempre el objetivo. Mi relación ha llegado al punto estable de aburrimiento, al de la pérdida de la sazón y requiere de nuevos trucos para volver a encenderse. Refrescarse: eso es lo que estoy buscando, además de que esa mujer es la tentación encarnada.  

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Tengo que actuar rápido, ir por el todo, jugarme el resto en esta partida. Pero las palabras simplemente no quieren salir, no tengo ni la más mínima idea del cómo. Entonces opto por la fácil:  

Me encanta como platicas. Si la melancolía tuviera voz, sin duda alguna sería como la tuya. 

—Muchas gracias, que amable eres. 

Seguramente estás acostumbrada a este tipo de comentarios. 

—Sí… aunque no todos son tan educados y metafóricos. 

 

Sonrío, pensando que he dado un gran paso. sé que debo dar el siguiente paso en la conversación y ataco: 

 

Escuché sobre algunos de tus problemas y creo que eso, de alguna manera, me serán útiles para mi trabajo. 

—¿Qué trabajo? ¿Eres psicólogo o algo así? 

No, escribo historias. 

 

En ese momento, nos dimos cuenta que estábamos apartados del grupo. 

 

—Oh, entiendo. Tú eres de esos creadores de contenido que trabaja con Sam. Encantada de conocerte, tengo entendido que a la marca le está yendo muy bien gracias a tus contenidos. Ojalá que algún día pueda leer también algunas de las historias que me platicas. Las mías siempre son lo que escuchaste: desamor, peleas, amor absoluto y tierno, pero siempre van de la mano.  

 

Seguimos tomando cerveza y hablando, ahora, sobre música. Me dijo que le gustaba mi sentido del humor y yo me esforzaba en hacerla reír, pensando que eso me daría puntos al momento de que ella tomase una decisión, para determinar si tendría acceso a su entrepierna.  

 ¿Quieres seguir bebiendo en otro lugar?” 

—OK…  

Salimos sin despedirnos, sin trámites de por medio. No pude resolver si invitarla a un hotel cercano o buscar uno lindo en otro lugar.  

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Ella tomó la iniciativa

Me descubrió mirándola. Me sorprendió con la guardia baja, así que me eché hacia adelante, pues no se puede ocultar lo obvio. Mi emoción por su belleza creó una diversidad de posibles escenarios, que en mi mente se paseaban, repletos de besos y caricias en su piel, de ojos entrecerrados y respiraciones agitadas. 

Extiendo mi mano para posarla sobre ella, la moneda está en el aire. Aprieta mi mano: la invitación al beso… 

Me acerco a ella, su belleza es real y provoca arañazos en mi interior. Nos besamos con la ansiedad de los besos contenidos.

Hay un acuerdo en nuestras miradas, deseos y caricias,al mismo tiempo que repasaba mentalmente cuál sería la mejor secuencia para que pudiera llegar a su clímax.   

Nos metimos a su habitación, la sorprendí con mi experiencia, de amante paciente que sabe cocinar a fuego lento. Con tiento y dedicación, compartimos la tarea de explorarnos buscándonos los lugares secretos, los menos visitados en experiencias anteriores.  

Dejamos todo a la intuición y nada falló: como si ambos conociéramos con que presión y qué ritmo teníamos que hacer cada cosa. Mantuvimos esa sincronía hasta el momento del estallido que dejó alambrados a nuestros cuerpos. Sabíamos que habíamos podido construir algo en esas pocas horas, un camino que no sabíamos muy bien a dónde llegaría, pero por el cual queríamos ser compañeros de viaje.  

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