
Un techo, una pintura: ángeles entre nubes, pequeños querubines regordetes con mejillas sonrosadas y arpas.

“¿Son hermosos no es así?” un hombre de mediana edad, vestido como el típico turista con sandalias y calcetines le habló.
Ella no bajó su mirada, examinando la pintura que adornaba el cielorraso: ángeles retozando entre nubes de tonos pastel, que miraban prácticamente todos los que estaban en la habitación.
“¿Quién dice que son así?”
“¿Eh?”
“He dicho que quién ha visto ángeles, para afirmar que se ven así. Ellos son los enviados de Dios, sus soldados. Fueron sus primeras creaciones. ¿Cómo pudo haberlos visto algún humano y poder dibujarlos?”
El padre de familia frunció el ceño, parpadeando y se alejó, mascullando acerca de la religión. Ella no le prestó atención, con su cuello estirado y ojos agudos aún estudiando la escena del fresco.
“¿No son así?” preguntó una nueva voz, más aguda.
Ella cerró los ojos por un segundo y volvió a abrirlos, aún sin voltear abajo, a la niña del vestido amarillo que le miraba con curiosidad.
“No, no lo son” ella contestó, con una cara impasiva y casi de aburrimiento. “La historia del hombre es la única que conocen. Los creó de barro, a su imagen y semejanza, con su costilla se crearon dos de uno, etcétera.
Pero antes hizo a los ángeles, sin parecerse a Él. Los hizo de aire y fuego, invisibles y cambiantes. Les dio la habilidad de sanar, de ver el futuro, de pelear sus guerras. Al principio, cuando se hizo la luz, ahí estaban ellos, cuidando a sus animales. Siendo obedientes y amorosos, aunque nunca estuvo satisfecho hasta que creó a los humanos. No le importaron más sus propias criaturas, solo les dió la tarea de cuidar a sus únicas criaturas que sólo saben como ensuciar y llorar, que traicionar roban y matan, les sopló lo más bello que puede tener una criatura que es el alma y les llamó sus hijos, como si el resto del cielo y la tierra no lo fuera también”.
La pequeña la miraba sin comprender, escuchando como le enseñan a los niños, a escuchar a los adultos sin interrumpir.
“Ángeles y demonios. Ambos son lo mismo, excepto que unos no quisieron obedecerle. Monstruos todos, si pudieran verlos. Eso que ves, es su imagen y semejanza. Una mentira” un largo dedo señaló al techo, cada vez más blanco y largo.
La niña de pronto se dio cuenta que ella en ningún momento había abierto la boca, y que lo que escuchaba, solamente era dentro de su cabeza.
Cuando quiso gritar, ya era demasiado tarde.


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