Por: Daniel Anaya López
Estamos leyendo esto de manera gratuita, en una chulada de revista cuya dirección web puede ser vista al instante en cualquier parte del mundo, en cualquier dispositivo con conexión a Internet. Hoy, hay quienes aseguran que la sociedad va en decadencia por estar metidos todo el día en el Whats, en el Face, en el Insta… Que si la depresión, que la ansiedad, que las altas expectativas, que la necesidad de aceptación…
Pero hoy, la organización para movilizarnos luego de un desastre natural ha sucedido gracias a las redes sociales, a la tecnología. Por supuesto, hay una línea muy delgada entre ser salvados como sociedad y como especie por las constantes innovaciones tecnológicas, o bien, terminar de consumirnos en nuestro ensimismamiento con los ojos puestos en una pantallita y el dedo gordo acariciando incansable una y otra vez…
A pesar de todo, queridos Josefos, el único resquicio de optimismo que me queda por esta raza egoísta y visceral, es precisamente la tecnología.
Desde hace algunos años me apasiona observar cómo nuestro comportamiento en masa (y también individual) es controlado de manera sencilla e inmediata a través de la tecnología. Más allá de las teorías conspiracionales, quiero referirme a cuestiones cotidianas.
Por ejemplo, el cuidado del ambiente. Por más que nos dijeran en la escuela, en monografías con niños de mejillas sonrosadas, a través de comerciales, etc., que no desperdiciáramos agua, no fue sino hasta la implementación de sistemas automatizados en lavamanos de restaurantes y centros comerciales, que se logró –al menos en esos lugares– la disminución en su uso.
Otro ejemplo de lo más sencillo de aplicar fue en los mingitorios. Antes, en la gran mayoría de los baños de hombres, lo mingitorios tenían una palanquita para bajarle al agua que luego cambió a un sensor de cercanía. Hoy, ya no usan agua. Ni una gota. Bastó con colocar un sistema desodorante (que ya de por sí utilizaban) y listo. El resto es efecto de la gravedad.
Nadie nos preguntó; no tuvieron que convencernos o gastar cientos de miles en publicidad para orillarnos a cambiar nuestro comportamiento. Sólo lo implementaron y punto.
Otro ejemplo en pro del ambiente son las copas menstruales; una opción relativamente reciente que ha resuelto en gran medida el enorme gasto que representa para las chicas comprar toallas femeninas cada mes. Asimismo, el impacto ambiental del uso de una copa se reduce drásticamente en comparación con la cantidad de basura que producen las toallas tradicionales. Obviamente, no puedo hablarles desde la experiencia personal sobre otros detalles de su uso, pero mis referencias cercanas aseguran que no es para nada molesta y que protege sin problema durante el día, incluso en actividad física. Además, la mayoría están fabricadas con materiales hipoalergénicos y duran entre 5 y 10 años dependiendo de su cuidado.
Hoy, es claro que el impacto inmediato de la tecnología está liderado por Internet. Muchas han sido las críticas sobre los millennials y su “desinterés”, su “apatía”, su “desconexión del mundo real” debido a su uso, pero yo nunca había visto que estuviéramos tan al día de lo que ocurre con personajes políticos, comediantes, activistas, lords o ladys, directores de cine, exposiciones, conciertos, eventos deportivos, noticias de importancia internacional y, por supuesto, memes y memes actualizados al minuto que, si bien nos hacen pasar un trago amargo, también estimulan nuestro interés sobre prácticamente cualquier tema. Así, el que la gente esté enterada y dispuesta a involucrarse sobre lo que sucede en nuestra ciudad, en el país, en el planeta, es lo que necesitamos para que deje de ocurrir tanta barbaridad.
Por eso, amigo lector, es que hago esta brevísima apología sobre la tecnología, misma que habría de releer en unos diez años para descubrir si realmente debíamos poner nuestro bienestar en manos de la innovación tecnológica, o si fue otro rotundo y mediocre fracaso que nos lleve al borde de la extinción.
Te invito a comentar aquí abajo tu punto de vista. Discutamos. Y si quieres leer más al respecto, te recomiendo El ‘shock’ del futuro de Alvin Toffler, o bien, Amor líquido, del grandísimo Zygmunt Bauman. ¡Hasta la próxima, Josefos!
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