Texto y fotografía por Samara Saavedra
7:30 pm
Una cerveza obscura marca Bohemia pasea de la mano de Alejandra Cisneros, iba rumbo al trabajo de una amiga, era sábado y la idea de quedarse en casa le martillaba la cabeza, con 20 años de vida tiene los problemas mentales de 12 personas, la neurosis y la histeria encabezan su lista.
No mide más de 1,65 cm, es delgada y de tez morena, su cabello largo y negro se movía al mismo ritmo de la espuma dorada de la bohemia, el camino era de Sonora a Nuevo León en la colonia Roma, unas 10 calles a lo mucho, al llegar no había nada ni nadie, solo una tienda cerrada y a oscuras, ni rastro de mí, que soy la amiga, me llamó desesperada, me gritó y amenazó, tras una pelea telefónica colgó. La Bohemia y Alejandra caminaron a toda velocidad de Salamanca a Veracruz, atravesaron plaza Tudor… pedí a Alejandra verla en la calle de Tamaulipas, se perdió, diez minutos después, otra llamada, ahora nos veríamos en Regina, col. Centro.
8:00 pm
La Bohemia y Alejandra subieron a un taxi, un Tsuru conducido por un joven calzado con tenis Jordán blancos, recubiertos por la mitad con charol del más brillante negro, llevaba jeans holgados y una playera Ed Hardy roja salpicada de amarillo, naranja y pedrería barata, cabello negro, lacio y corto casi al ras de la cabeza, se le veía serio y miraba muy poco al retrovisor. Luego de unas calles el taxista confirmó, tiene 21años, es casado desde hace un año y padre de un bebé de 11 meses, se mostró serio, Alejandra preguntó mucho, de alguna manera, había que pasar el rato, miraba por la ventana y el tráfico era exagerado, seguro no fue buena idea subir a un taxi en viernes de quincena a la hora en que todos quieren ir a su lugar favorito.
El taxímetro marcaba ya unos 60 pesos y no habían llegado ni a Álvaro Obregón, el tiempo fue atravesado por historias que Alejandra narró a su interlocutor, al módico precio de descontarle 20 pesos si la historia causaba furor.
Alejandra reía descontroladamente, notó los efectos de sus palabras, miró al taxista del que aún no sabía nombre, la plática era caliente y consideró extraño preguntarle el nombre, sonaba demasiado privado.
Disfrutó ver como a aquel muchacho se le dilataban las pupilas y miraba de reojo el retrovisor, como para saber si era verdad que una chica se encontraba en su asiento trasero contándole las más perversas historias dignas del marqués de Sade, ¡que alguien lo pellizque! 8:30 pm el taxi se estacionó en la esquina de una iglesia en la calle de Regina, Alejandra y lo que había sido una Bohemia bajaron del coche, pagó con 15 pesos, 3 historias y su número telefónico.
Ella me miró a la lejos, notó mi molestia y cual si fuera un nuevo juguete, o una bonita mascota corrió hacía mí, estaba tan sonriente que me olvidé del mal humor, en su lugar, vino una sonrisa. La noche era perfecta con un cielo casi negro y una luna llena brillante sobre nosotras y los viejos edificios.
Llegamos a las afueras del ¨Mexicano¨ un restaurant-bar, de fachada azul cielo donde se sirven platillos con un estilo gourmet, el lugar es tan pequeño que solo cabe una barra alrededor de la cocina y un par de mesas redondas para dos personas, afuera hay otras 2 mesas de madera, amplias parecidas a las de los picnics en los bosques de Estados Unidos que hemos visto en películas. Mi jefe y sus amigos nos hicieron espacio, la mesa estaba llena por compañeros del trabajo, hay un chico, David, sé que le atraigo, me miró como por debajo de todo o a través de las cosas, tan tímido que temo lo hayan arrojado de un cerro con un tambor en las manos. Alejandra se burlaba de él, yo solo me deje envolver. Reímos sin parar.
12:00 am
Nadie sabe qué ronda es, los dedos ya no alcanzan para contar. 2 bohemias por favor. La noche corrió a gran velocidad entre cervezas obscuras y pulques de frambuesa, las mejillas se tornaron más rojas, las voces subieron de tono, los movimientos eran torpes, las sonrisas amplias, los ojos están enrojecidos y entrecerrados, rodeados de oídos que intentaban oír; palabras cortas, palabras largas, de pláticas que nadie recordará. Los tarros se vaciaron y la cuenta se pagó. El nuevo plan estaba, una fiesta en un hostal, cerca del Ángel de la independencia, no sonó mal, habría vino gratis, Alejandra volteó sus ojos hacia mí, observó mi pereza e imploró, quería ir, yo no, estaba muy cansada. Le propuse una última ronda, pero en nuestro bar de confianza. Acordamos en irnos después de esas bohemias.
12:15 am
Entramos a ¨El albur¨ número 17 de Regina, primer piso. Para llegar al balcón donde solemos instalarnos, entramos por una vecindad que da hogar a cuatro bares y una imprenta, cruzar el marco de la puerta sucio y oxidado es la primera prueba de valor, luego de subir las escaleras de herrería más sucias del mundo y caminar hasta el fondo donde seguramente lo primero que vimos son unas paredes rojas pintadas al estilo del grafitty, con caricaturas de mujeres con senos y traseros de tal aumento que una ¨chichi ¨ es más grande que sus cabezas, hay escritos albures en las paredes, de ahí el nombre al bar, quedé sentada justo en primera fila a una dibujo de unas grandes y torneadas piernas que exponen una ancha vagina, tuve la impresión de que algo podría salir de allí como para saludar, verás muchos borrachos y en medio de ellos a nosotras.
2:15 am
Junto a una bohemia, vibró un celular, del otro lado habló un taxista sin ganas de llegar a casa excitado por la premisa, de este lado Alejandra contestó sonriente por el nuevo plan, la madrugada prometía no ser aburrida, me pregunta si quiero ir a mi casa, le contestó afirmativamente tomó las bolsas, exprimió un limón en su boca, mata la bohemia y paga la cuenta, salimos, abajo un taxi espera, un Tsuru del 2013, mal estacionado a unos metros de nosotras, oscila entre la calle y la banqueta, me subo sin saludar permanezco callada, mi amiga dirige la situación, dice a donde ir en su función de copilota, el camino es incómodo, al menos para mí, es corto gracias a Dios. Me bajé casi corriendo, pedí a mi amiga me llamara, tras mil recomendaciones y un condón, me despedí. Alejandra con aires de soberbia se limpió el rojo de mi labial y regresó al taxi.
3:00 am
12 bohemias y un paquete de condones fueron adquiridos en un Oxxo de la Moctezuma, estaban camino a la av. Zaragoza, allí se ubica el hotel favorito de Alejandra, edificio gris, casi discreto, si no fuera por la marquesina y el letrero neón en el que se lee ¨Hotel¨. La recepción es una habitación amplia pero no tiene ni un sillón, la alfombra es gris, o fue negra antes de las varias capas de polvo que tiene, en ella además de Alejandra solo hay una chica con ojeras verdosas en el mostrador y un taxista pagando 300 pesos por una habitación sin alfombra, con olor a cloro, mentas sobre la cama, con ventanas que no se pueden abrir, como si la administración se hubiese encargado de ello, para que no veas la basura acumulada en la banqueta de en frente, el shampoo en el baño junto a un ¨rosa venus¨ no falta. Perfecto, un lugar donde dormir.
3:15 am
Besos en el umbral, la puerta no se ha cerrado y la ropa ya había comenzado a caer, todo está obscuro y después de quitarse la blusa, Alejandra buscó una bohemia, en el suelo, debían estar ahí en alguna parte, más besos, menos ropa, a la vista una lonja masculina, a la vista unos senos, a la vista un par de glúteos, a la vista un par de labios…Besos en las piernas, besos en los labios, besos en todos lados menos en el clítoris, lengua rasposa y poco educada, tras 10 minutos de solo sentir saliva… y en un arranque de mal humor e insatisfacción Alejandra gritó ¨Yo que tú no tendría sexo con tu esposa, porque tengo sífilis y tal vez sida¨ 3:40 am Visto.
Un taxista con los ojos desorbitados, a medio vestir toma sus llaves y sale corriendo. De un brinco, ya vestida Alejandra entró a la cama prendió la televisión, había cable, había cerveza y una cama caliente, parecía una buena noche. Abrió una Bohemia.
La fuerza de una mujer no es nada a comparación de las calles de la CDMX.
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