Por: Una Buena Brujer
-“Humana, aliméntate decentemente. Es una muestra de tolerancia hacia ti”-, afirma altiva Mittens, mientras suelta una rendida y maltrecha lagartija en el piso.
Veo a través de esos ojos cristalinos el desdén, confianza y narcisismo que por natura acompaña a esta gatita bicolor de ojos verdísimos, y que por alguna razón prefiere mi jardín y estancia a la de mi vecina, su humana.
Ella tiene 32 músculos en las orejas, que le sirven para ignorarme cuando la llamo o le platico; gusta de subir a lo más alto de los muebles o la estructura del portón para patrullar su territorio a 360°, y maquiavelar una estrategia para apoderarse de la admiración, amor incondicional humano, de su comida gratuita… y del planeta entero.
Mucho que ver con los narcisistas humanos. Absolutamente hermosos, que hasta duele admirarlos, seguros, erguidos y con su triada oscura: maquiavelismo, psicopatía y narcisismo. Sin embargo, hay algo que no comparten: los narcisistas humanos son los únicos que depredan a los de su propia especie, por placer. Sin necesidad de tocarlos, si quiera.
Y no, no me abran sus ojitos como platos, nada que ver con los asesinos seriales o Hannibal Lecter, no. Éstos llamados anti-humanos (yo les llamo extraterrostros), no están presos, ni son en lo absoluto agresores físicos. No lo necesitan, pero huelen a maldad. Caminan entre nosotros, estudiando nuestras debilidades, manipulando, culpando, acosando; bajo la premisa de ayudarnos y de considerarnos especiales para ellos. Tienen altos puestos en una empresa, aman el poder, poseen un encanto superficial; son amigos aduladores y desleales, parejas demandantes y perseguidoras, y familiares intrusivos y chantajistas. ¡Ay, yo sé!, No se me escandalicen mis queridos lectores; cierren los ojitos por un momento, traigan a algunas personas de su vida a la mente, y tomen mis palabritas como servicio a la comunidad.
No se esfuercen por descubrir qué hicieron para merecer un jefe, pareja, o amigo con estas características manipuladoras. Nos encontraremos con al menos siete de estos especímenes a lo largo de nuestro camino por esta tierra. No podremos evitarlos, son adictivos… te inoculan una dosis dopaminérgica que no encuentras en nadie más; y logrando escapar de su dominio –si te queda un 2.5% de voluntad-, el síndrome por abstinencia es una experiencia desoladora. Sí que lo es.
Regresando a otros terruños –menos perturbadores-, los felinos, si bien son su prioridad, tienen un ápice de compasión y empatía por nosotros (aclaro, ápice); lo que los convierte en criaturas adorables, de uñas retráctiles y cojinetes suaves.
Te voy a decir porqué nos sentimos irremediablemente atraídos por ell@s: queremos, en nosotros un poco de su autonomía, un mínimo de su arrogancia y osadía… por ello crecen en nuestros lugares rotos de autoestima, de soledad y apegos.
¿Nuestro antídoto? recuperar la grandiosidad de nuestra propia estima.
“Apártate progresivamente y sin rupturas violentas, del amigo o amado para quién representas un medio en lugar de un fin”.
Comentarios con Facebook