Diego Izquierdo

Sin duda alguna, las peores decisiones de mi vida las he tomado sobrio, es decir “consciente y en mis 5 sentidos”. Quisiera poder ser como algunas personas y simplemente echarle la culpa a mi inconsciente, que es ese momento estaba a oscuras o pensando en algo más importante.

No puedo desmentir que, a pesar de que aparentemente continúe una razón lógica casi perfecta, la vida me tenia apartados varios trucos y sorpresas, la muy puta. Entonces, a pesar de mi seguridad y fortaleza por tomar decisiones en ciertas cuestiones riesgosas llegó el vaivén, el maldito desdén o como mejor la conocemos: La vida.

La relatividad que quizá fue importante para nuestro éxito como especie, pero que a mí no más me rompió todo el maldito esquema.

Entonces luego, a pesar de haber pasado horas -incluso días- en análisis exhaustivos de costo-beneficio, el resultado ha sido el siguiente: Terminé en un empleo donde jamás pensé que podía llegar, ocupando el puesto de alguien que nunca me imaginé capaz de hacer y rodeado de gente que no tiene ni puta idea de quién soy realmente.

Realmente todo va excelente cuando dejo de pensar en todo lo anterior, solo que cada vez que lo recuerdo me llega una ansiedad y tremendas depresiones de puta madre. Es en este punto donde el cuerpo me pide cualquier cosa que sea un escape, en serio cualquier cosa.

Razón por la cual he estado tan ocupado escondido, que no noté que me perdí en algún lugar de mi mente. No encuentro el sendero de vuelta, he perdido la orientación y no sé si subo o bajo, sólo sé que cada vez estoy más perdido y sin ganas de regresar.

Vivo ahora de una manera diferente a la que llevaba hace un par de años: Vivo despacio para rebelarme del mundo, que siempre tiene prisa, para todo. Vivo en el margen, para rebelarme contra el protagonismo, a contracorriente para provocar al destino, en una nube para no aburrirme de lo mismo y pensando en la oscuridad y el silencio absolutos: tesoros difíciles de hallar hoy en día.

 

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