Texto by Samara Saavedra

Todos los días envío y recibo una cantidad innumerable de mensajes, de what’sapp y mensajes a través de messenger de Facebook, sumemos los mails, Dms y cualquier otra forma de contacto digital que se les pueda ocurrir.

Entre ellos están en primera fila y los primeros del día; de mis tías y amistades de mi mamá, con sus clásicos piolines, ramos de flores y videos de buena vibra con dos pixeles de calidad.

En popularidad le siguen los grupos con los amigos cercanos y no tan cercanos con memes y chismes personales. Los grupos del trabajo tediosos y siempre constantes.

Mensajes, de la pareja en turno. ¿Mensajes de la ex pareja? También. Pidiendo perdón, por irse, por lastimarse, por no llegar a tiempo, por llegar temprano o por llegar tarde. Por ser como es, por extrañarte. Por volver y sobre todo porque no piensa irse.

Mensajes después de meses de desaparecer, porque los clichés lo son por algo. Por que si pasan, porque seguimos cayendo. Porque somos básicos, millennials y sobre todo humanos.

Mensajes porque aunque tengas la dirección del susodicho, el arrepentimiento, aunque grande, no es suficiente para una visita «física» porque no alcanza para los pasajes y el tiempo y sobre toda la vergüenza de que vean nuestros sentimientos y no nos correspondan. No alcanza para apagar el miedo y la incertidumbre de que te digan no a la cara, perdón es que soy millennial.

Perdón es que se me acabaron los huevos, pero aún tengo datos. Perdona no me ha alcanzado para buscarte los ojos que no sean de una foto.

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