Texto por: Marco Salas
Ilustraciones por: Armando Bravo
Ya estoy aquí y sólo vine a la punta de este cerrillo porque me dijeron que aquí cae una estrella. Traje a Esmeralda por nuestro tercer mes de salir en plan de querer ser novios y voy a impresionarla, pero tengo tan mala suerte que en una de esas, hoy, no va a aparecer la estrella.
En su cara veo que está aburrida. Seguramente ella quería café y galletas y heme en este lugar haciéndome el romantiquillo.
—¿Te la estás pasando bien? —me aventuro a preguntar como si no la conociera.
—Si la bufanda que me regalaste no estuviera tan chida, ya me hubiera ido.
—Ya mero viene.
—¿La estrella o el momento en que dices vámonos y nos salvas de esta “aburridera”? —señala con los dedos.
Desde que la conozco no hay palabrilla rara que se me escape y que ella use en mi contra en cuanto pueda. “Mi compa es un queda-abajo”, se me ocurrió decir una vez y Esmeralda se tiró al suelo, estiró brazos y piernas y dijo: no sé qué significa pero eso soy también.
Queda-abajo en mi tierra es una expresión para llamar a las personas cuyo poder es quedar mal con las salidillas o las fiestas, y eso mismo hizo ella aquella noche. Ya vestidos y a punto de llamar a un taxi, Esmeralda decidió ser una queda-abajo y resguardarse en casa con café y galletas. Fue la primera vez que me quité la camisa frente a ella para estar abrazados y fue más tiempo en que tardé en desabotonarme que el que ella se tardó en apuntar que estoy gordo.
—Habrá café, pero no galletas para ti, no las necesitas.
Me pagué una membresía en el gimnasio y ella se me pegó como una sanguijuela. En una de esas ocasiones, por mirarla hacer sentadillas, solté la mancuerna que tenía en alto y me golpeé la cara. Otra primera vez, aquella en que la observé tan angustiada por mí, con los ojos casi en sus manos de lo salidos que se le veían. Los míos me quedaron morados y parte de la frente también, y Esmeralda, en nuestras salidas con amigos, contaba la historia diferente.
—Adán fue al bosque un día, se hizo amigos de los mapaches y ahora está aprendiendo su cultura, mírenlo cómo se maquilla.
Me dolía reír pero ella siempre lograba sacarle el lado cómico a las desgracias, y como mi casi novia, era cotidiano ya que convirtiera todo lo que me pasara en chiste.
—Es que sí tienes muy mala suertilla como seguro dicen ustedes los norteños. Y tan malilla suertilla que acabaste con la frentecilla moradilla —y se botó de la risa.
Tal vez me habré caído frente a ella en las escaleras de una plaza comercial, o le haya tirado la maleta a una señora por aventarme al vagón del metro antes de ser aplastado con sus puertillas, pero estoy seguro de algo: la ocasión con peor suerte fue cuando se me ocurrió decirle que fuera la madre de mis hijos, borracho. Me dijo que si tanto deseaba una máquina de hijos, doblara mi pene entre mis piernas y me lo metiera por el culo a ver si de pura casualidad me embarazaba.
Sentí algo pesado en la garganta y lo mismo siento ahorita porque la estrella no baja. La veo mover desesperadilla sus pies y acariciar la bufanda casi ansiosamente. Me descubre viéndola y en su sonrisa veo uno de sus colmillos. En su cabeza prepara el siguiente comentario ácido, yo sé. Luego cambia de gesto, me observa el rostro y la veo tocar lo frío de la tierra con las palmas y con la otra mano la bufanda que le regalé hoy, la que tanto tiempo me tardé en escoger porque temía que no le fuera a gustar y al final escogí una del color de su nombre.
Vi cómo se imaginaba el recorrido entre tiendas mientras acariciaba la tela, suspiró y acercándoseme dijo:
—No importa si no hay estrella, ¿ok? Yo te quiero mucho.
Alerta de primera vez de nuevo. Nunca había escuchado esto de forma directa. Desenvolvió uno de los extremos de la bufanda de su cuello y lo estiró hacia el mío, se acercó para disipar el frío de la noche y esperar ambos con las narices bien tapadas una estrella que jamás bajaría. Sentí el roce de sus uñas en mi nuca y en cuanto sintiera su respiración iba a besarla como no me he atrevido. Luego no sentí nada.
Fue muy rápido, aunque al hacer memoria recuerdo haber visto una ráfaga de luz que le arrebató el equilibrio a Esmeralda y lo siguiente fue verla a ella tirada en la tierra como si recién la hubieran balaceado. El cabello hecho una maraña, la mano roja y una roca brillante aplastando la bufandilla. Y pesada. Por más que intenté no pude levantarla para salvar a Esmeralda de asfixiarse con la prenda.
La pobre pataleaba como cuando se tiró al suelo y prefirió quedarse en casa con café y galletas, y eso mismo hubiéramos hecho, ojalá. La roca incendió la bufanda y la bufanda envolvió en llamas a Esmeralda todita. Me desmayé.
Cuando volví en mí, vi el rostro de mi casi novia al nivel de mi cara y me asustó verla llena de escamas. Los ojos se le habían hecho de gato y la boca una minúscula porción de su rostro. El cabello se le endureció como coral y de los hombros le colgaban algas. Sus senos desaparecieron y en su lugar quedó un incendio verduzco. Las manos delgadas las descansaba sobre lo que se le había vuelto una crinolina burbujeante a la altura de la cadera y no había rastro de sus piernas, sino un montón de hilos gruesos y centelleantes. La bufanda era ceniza.
Flotaba. Esmeralda sonrió y me levantó con una simpleza impresionante, como si yo fuera una pluma. El contacto de sus palmas con mis manos me hizo saber que las estrellas son todas medusas estelares, y Esmeralda ahora una de ellas. Resopló como cuando se reía de mis desgracias y de su boca se desprendieron un montón de brillos verdes.
Con lo último que recordó de nuestro idioma se inclinó sobre mi frente con temor a incendiarme y con palabras burbujeantes pronunció:
—Es que sí tienes muy mala suerte. Ojalá pudiera ver el momento en que le explicas a mis papás cómo mataste a su hija el día que le regalaste una bufanda.
Se lanzó a sí misma hacia atrás, como si todo el aire fuera agua y desapareció flotando hacia lo alto. A un año de distancia nunca supe cómo explicarle eso a los papás de Esmeralda, me limito a traerlos y obligarlos a quedarse en la seguridad de su auto para no descalabrarlos con lo que se precipite hacia la punta de este montecillo en donde dicen que se aparece una estrella.
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