Texto por: Amparo Bojórquez

Para: LGBTQ+ (Lesbianas, Gay, Bisexuales, Transexuales, Queer, los que no encajan por ser quienes son o amar a quien aman).

La noche me da buscando un vestido para la Marcha del Orgullo Gay (o LGBTQ) 2019. Obnoxious but not annoying, pienso para mí misma. Algo con arcoiris, pero que pueda usar otro día sin que grite tan explícitamente «¡No soy heterosexual!» o al menos no para lxs que no estén interesadxs. Para lxs que si, quizá sí.

El año pasado lloré muchísimo en Yecapixtla (exactamente donde hacen la cecina,) mientras paseaba en un autobús que se iba deshaciendo y mirando carne salada secarse en los techos. Mi mamá no entendía el por qué de mi tristeza en nuestro viaje familiar, hasta que le confesé entre lágrimas, que ya había quedado con mis amigas en ir a la marcha, y me dolía en el alma estar ahí en vez de pintandome de morado y gritando contra el heteropatriarcado.

¿Por qué lloré en ese momento? ¿Qué significa para mi misma la disparidad de mi sexualidad contra la sexualidad socialmente aceptada?

Otro día, otra locación.

Es la clausura de un festival de documentales y van a proyectar dos de estos, «Amor en rebeldía» de Tania Claudia Castillo y «Cassandro el Exótico» de Marie Losier.

Una lluvia con vientos agresivos me hace refugiarme en un Oxxo a una cuadra del lugar antes de llegar donde serán proyectadas las cintas. Después de quemarme con un té chai de la forma más estúpida posible me formo para pagarlo y frente a mí está una persona aparentemente femenina, con la cabeza rapada y de repente caigo en cuenta.

Voy a ver dos documentales «gays». Casi con certeza, las personas interesadas lo suficiente para cruzar la ciudad respirando este aire enfermo somos nosotros.

Al ir entrando veo parejas del mismo género, personas con ropa, peinados y presentación unisex. Nosotros.

Frente a mi está sentada una persona andrógina, de cabello rapado a los costados y chinos en el centro. Mis ojos no pueden dejar de mirar el espacio de su cuello entre el último chino de su cabello y su camisa de botones, como se estira la tela entre sus hombros, las pestañas largas cuando se da un poco la vuelta para mirar alrededor. Hay una silla vacía a su lado. Vacilo un par de minutos, pero es muy tarde, un señor mayor con rastas se sienta a su lado. Dejo ir el aire que sostenía, y me pregunto si quizá después de la función podría hablarle.

Empieza Amor en rebeldía.

En la pantalla Yan María Castro mira a la cámara «Me enamoraba yo de mis profesoras. Decía: cuando crezca, va a ser mi novia». Hay sonrisas alrededor mío. Todos estamos de acuerdo. Es un deseo infantil, limpio, igual al de todos. Nuestro entorno lo vuelve político, un arma, un sufrimiento, una condena. Yan María tiene hoy en día 67 años, aún luchando. Lo que nos cuenta es de hace cuarenta años. Algunas lesbianas se suicidaban, y las que no, vivían infelices casándose. Si bien les iba, con un hombre decente, si mal…

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Amor en rebeldía

En su casa recibía a las que echaban de su hogar después de que las familias las vieran en la marcha. Todos los presentes vivimos en un mundo donde aún sigue pasando. Hay una cierta opresión en el ambiente, pero podría ser la presión atmosférica pues empieza a llover.

Cassandro, the Exotico empieza como un soplo de aire fresco. Sonrisas, pestañas postizas, decenas de productos de belleza de todas calidades entran en uso cuando se maquilla Cassandro, un miembro de la lucha libre conocido más que por ser gay, por no ocultarlo.

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Con un peinado rubio y rizado al más puro estilo Luis Miguel de los 90s, la ceja depilada, vaqueros ajustados y camisa abierta, Cassandro le sonríe coquetamente a la cámara. Vive para el espectáculo, dentro y fuera del ring. Todos nos volvemos Marie, quien cámara en mano, se desliza por la intimidad en la que nos enamoramos del carisma de un hombre homosexual hecho de antagonismos, que con manos llenas de cicatrices por peleas con botellas se aplica diamantina con toques suaves en los párpados antes de salir a la lona.

El documental es una obra de arte, y empiezo a sentir un nudo en la garganta de ver a esta persona que no pide perdón por ser quien es, con defectos, virtudes, clichés y originalidades. Me abruma la sinceridad con la que mira a la cámara, como diciendo: esto soy. Mírame, pues somos iguales.

Cuando termina mi rostro está parcialmente mojado de lágrimas y de las gotas que el techo de la sala no lograron contener, inevitable.

Llego a casa, abro mi navegador de internet. Las noticias de la búsqueda «México gay» me confirman que no lo soñé, y los mexicanos ya se podrán casar en consulados en el extranjero. En otro resultado, los medios me dicen que el presidente presentó un plan contra la homofobia, transfobia y bifobia. Y una última noticia: México ocupa el primer lugar a nivel mundial en crímenes de odio contra homosexuales.

Un paso adelante, uno atrás, espero y quiero creer que vamos avanzando.

 

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