Hay cosas que no se dicen, porque no se puede y no se debe.
(Me haces sentir como un poema)
Texto y fotografía: Amparo Bojórquez
Camino bajo un cielo gris, casi tapizado de nubes con el ocasional trueno amenazador. Acabo de salir de una conferencia de prensa que duró horas, un homenaje a Juan Rulfo.
No puedo evitar preguntarme, ¿sabía lo que escribía, realmente?, ¿estaba consciente de su genialidad, su completo dominio del lenguaje de los muertos y los rurales?. Quizá escribía como lo hacemos el resto de nosotros, poseído por los fantasmas de los personajes que no podemos exorcizar de nuestra alma, de las frases que los describen un lugar en el que siempre existirán.
Podría ser incluso, como sugirió uno de los ponentes, que él solamente documentaba, su tío era el verdadero narrador de esas leyendas de los que existen entre la vida y el recuerdo, de los pueblos donde el único ruido es el silencio.
Como siempre, pienso en cómo te lo contaré a ti. Él podrá amarme, pero siempre huye de su tristeza. Y sin embargo creo, no sé, que tú y yo nos hemos hecho amigos de la nuestra.
Camino bajo la lluvia y no hay nadie esperándome en casa. Quizá eso significa volverse adulto, estar solo. Incluso si vives con alguien, tienes amigos, tienes pareja. Estar sola pensando en Juan Rulfo y qué harás de cenar, dueña absoluta de ti misma; capaz de cualquier cosa.
En mi libertad recién realizada me acerco a un puesto cualquiera, todos son iguales, pregunto por los cigarrillos. Bajo una gorra azul rey veo tan sólo unos labios gruesos y oscuros, casi ocultos por un bigote bien tupido que me preguntan cuál quiero.
El que me mate más rápido, pienso, pero sólo digo «El Marlboro negro» y lo tomo yo misma y lo muestro al bigote, para saber cuánto es la cuota por la soledad.
Tras pagar, lo enciendo con un encendedor prestado e inhalo lentamente, como se aseguraban los hombres en las novelas de Rulfo que el seguro de la pistola está quitado, como se palpaban la pierna buscando el machete. Con la certeza de que aunque te salve, también dictará tu muerte pronto.
Prosigo mi camino pensando en ti. Quizá no en ti. Quizá en la versión de ti que amé, y que intentar amarte fue exactamente como esto, con la ingenuidad e ineptitud de querer mantener encendido un cigarro en medio de la lluvia. Me burlo de mí misma y de mis sentimientos por ti, mientras miro la colilla encendida: porque es exactamente esto.
Llevame contigo, te pedí. Te lo dije en voz alta, en voz baja. Te lo pedí una y otra vez en todas las voces e idiomas que conozco, te lo pedí en canciones y te lo pedí por favor.
Te dije que me dejaras, a media voz, y te supliqué que me llevaras aún más bajo, donde nadie más pudo escucharlo, ni siquiera tú. Mi voz sólo te llega en el sitio donde estuvimos juntas, a los edificios destruidos donde fuimos y seremos, porque si Juan Rulfo me enseñó algo, es que nos volvemos fantasmas antes de serlo, habitando para siempre los lugares por donde pasamos incluso cuando dejan de existir.
Mi chamarra se va mojando cada vez más, se hace más pesada.
La lluvia arrecia. Llegaré en la noche.
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