Karen Figueroa
Lo vi sentado aquella noche en el bar, no presté demasiada atención a la iluminación, supongo que a la luz de los antros las personas cambian de color, esa noche él se veía azul entre toda la bruma de mi cabeza y del lugar él era lo único tranquilo que estaba cerca.
Le dije que bailara conmigo, esperando que dijera que sí, es extraño como al tocar el hombro de un hombre con tres copas de ginebra encima puede hacerte sentir más que un beso apasionado, ni decir de él tocando mi cintura.
Parece que en estos lugares no hay romance ni amor, solo personas buscando recoger una flor entre todo el jardín para después dejarla secar, sin agua, sin sol, una flor que al día siguiente intenta no parecer tan marchita frente al espejo, en algún pasillo, caminando por alguna calle con la ropa sucia y con quemaduras de cigarro.
Él no lo entiende todavía, la magia y la imposibilidad que existe en gustarle a la persona que te gusta, no lo sabe y nunca lo sabrá, no ha tenido que vivir eso, al menos no como yo.
Después de esa noche, las tres copas de ginebra que ingerí quedaron atoradas en mi sistema y ahora esa sensación de su mano en mi cintura se ha convertido en una adicción, quiero más pero él no llama, no me busca, no está persiguiéndome por la habitación.
La vecina extraña que vive en la azotea me vio fumar un cigarrillo fuera del departamento, “tienes mal de amores?” me preguntó. No supe que contestar, qué se puede decir ante eso, ya es demasiado molesto tener que recordar que él no te quiere como para tener que contárselo a alguien más. Sonreí. “Consigue un colibrí”, me dijo, “Para qué?”, dije. Me contó que al parecer los colibríes son amuletos del amor, recuerdo haber leído alguna vez que estos llevaban consigo los mensajes de los dioses, los buenos deseos, y “¿Acaso no es un buen deseo el que él me quiera para yo poderlo querer? Sin duda alguna lo haré el hombre más feliz del mundo, sé que seré el mensaje que le mandó Dios para decirle que todo el mundo se creó para hacerlo sonreír, que este universo está creado para que nosotros lo devoremos juntos.
Compré un colibrí, hice lo que se supone que debes hacer con un poco de miel, espere un día y él no me llamó, quise esperar pero quién quiere y puede esperar para el amor, le llamé yo, y accedió, fuimos a un bosque, me dio vergüenza confesar que lo amaba, debí perderle en el bosque, debimos quedarnos a vivir ahí para siempre.
Al día siguiente tampoco llamó, compré otro colibrí, y por la noche tenía un mensaje de él en el móvil, estaba funcionando, él me dejaba verlo sonreír por la noche mientras vagábamos por la ciudad, me dejaba verlo dormir en el autocinema, aprenderme la expresión de su rostro cuando arrugaba la nariz, me dejaba quererlo.
Mi adicción se transformó, cada que él tardaba en mensajearme o llamarme, cada “hoy no puedo verte” que salía de su boca, lastimaba mi ser y yo trataba de escapar de mi angustia corriendo a comprar otro colibrí, uno tras otro. El señor de la limpieza comenzó a verme extraño, él dejó de contestarme los mensajes mientras yo seguía comprando colibríes.
Un día tratando de escapar salí en mi habitual búsqueda de un colibrí, comencé a desesperarme cuando no encontré ninguno en el local donde siempre los compraba, después la angustia se hizo más grande al pasar cada uno de los pasillos del mercado y no encontrar nada, la desesperación se hacía más grande y cada “ahí va el diablo”, cada “qué va a querer, güerita”, atrofiaban más mi mente, veía a los animales encerrados, yo también estaba atrapada, entre tus recuerdos y tus pupilas dilatadas en donde me reflejaba, entre tus brazos y el olor de tu cabello, entre cada una de las palabras de tus frases que terminaban con mi nombre “te quiero, Mar”, “te llevaré al cielo, Mar”, “Curaré todas tus heridas y te prepararé té todas las noches, Mar”, “Me sentaré en la playa todos los días a esperar el sonido de tu risa, Mar”.
Regresé camino a casa, pensando en que quizá si viajaba fuera de la ciudad podría encontrar algún otro colibrí, subí al vagón y ahí estabas tú, con otra, tenías la chamarra que te di en tu cumpleaños y sonreías pero no era para mí. Mis ojos se inundaron, gasté demasiado en nosotros, demasiado en hacerte feliz, levantarme en las mañanas para prepararte el desayuno, dejarte notas de amor en tu ordenador, pasar horas bajo el frio esperando verte salir de tu trabajo, todo el tiempo que pasamos sentados en tu sillón favorito, bebiendo té, todas las risas entre bocadillos cada comida, gasté demasiado y se acabó, los colibríes no sirven, darle tu corazón a alguien no sirve, ya no hay colibríes en la ciudad, y ya no hay amor entre los dos.
A mi novio, quien me inspiró a escribir esto, y por hacerme un amarre sin necesitar un colibrí.