¡Ni la esperanza ni el temor son suyos! ¡No hay para ti palabras, ni suspiros, ni gritos, ni hogar, ni nido! ¿Sólo tienes tus dos alas y el cielo sin rutas? ¡Pájaro mío, óyeme, no cierres las alas!
Rabindranath T. Tagore
Soy forma, luz, vacío, ego, carne, huesos, energía, sangre, órganos, orgasmos, músculos, corazón, elementos, mente, ideas, pensamientos, acciones, estados, condiciones, momentos, recuerdos, secretos.
Magia, exageración, sarcasmo, nostalgia, mal y buen humor, falta de atención, mentiras, verdades, palabras, conceptos, juicios, esencia, locura, inestabilidad, música, cantos, encantos, himnos, ritos y alabanzas.
MUJER, HUMANA, terrestre, agua, fuego y viento, sonido y silencio, de colores, a ratos gris; baile, melancolía, alegría, lágrimas, fuerza, ímpetu, arranques, movimiento, calma, identidad, aferramiento, aversión, miedos, indiferencia, predisposiciones, hábitos, ocurrencias, instinto y coherencia, consejos, buenos y malos ejemplos. Otra vez de colores.
Soy ignorancia y sabiduría
Impermanente, diminuta, indisciplinada, lluvia, ansiosa, insatisfecha, calor, imaginación, pasado, futuro, presente, conciencia, eternidad, espacio, tiempo, esperanza, espera, continuidad e inconstancia.
Aprendiz, maestra, hija, hermana, nieta, amiga, enemiga, desconocida, vecina, joven, rebelde, gitana, juglar, fugaz, salvaje, Impaciente, fuerte, sensible, irreal, valiente, diosa, esclava, enfermedad, medicina, alma. Un espíritu errante.
Al recorrer caminos inciertos busco aprender a sanar; me veo a mí misma hacia el descubrimiento de mi luz interior, y logrando entregar así mi amor incondicional al mundo, regando semillas preciosas que previamente en otros tiempos se encargaron de plantar otros.
Al intentar formar parte de la cotidianidad del mundo busco ser invisible ante los demás; me veo a mí misma como quien busca la sanación al echar raíces, después de ser creada imperfecta a través de un ilusorio sentido de pertenencia, de falsa identidad, frutos podridos que da igual, se deben cosechar.
En la literatura no hay nada que no se haya escrito ya acerca de cuanto alcanza a comprender y experimentar el ser humano. Y está bien, no hace tanta falta escribir sobre algo nuevo, todavía. La importancia no reside en relatar algo necesariamente innovador, sino hablar sobre lo que sea pero hacerlo de manera tal que sea totalmente trascendente.
Una de las cosas que me impactan más al empezar a escribir es la hoja vacía y la conceptualización que carga consigo ese espacio en blanco: la vacuidad se repliega a lo largo del objeto representando un nuevo comienzo, un surgir en medio del todo y de la nada. Qué miedo dar el primer paso hacia lo que sea.
Para las personas que padecemos de ansiedad es difícil enfrentarnos a nosotros mismos y permitimos mostrarnos tal cuál somos. Más ahora, en un mundo que exige ser poco interesado, que fomenta la pereza a través del descorazonamiento, “ya doy lo mismo yo, ya da igual el otro”.
Por eso desde siempre quise escribir algo que fuera realmente culminante, como si supiera que acompañaría en mis letras a todo aquel que estuviese desolado y con el alma adolorida o atormentada.
Relaté primero el diario de mi fingida demencia, de cómo fui temprano joven; luego florecí y enloquecí más por gusto que por causas, más por necedad que por falta de realidad. Después cubrí mis letras, las escondí, perdí el deseo de mostrar lo escrito, al final nadie quiere sentirse realmente identificado con un loco.
Existió entonces la magia: emprendí con el tiempo uno y otro viaje, eso abrió mi mente y corazón, apaciguó a las emociones aflictivas, pude concebir que aprendía a moverme sola, a recorrer lo conocido; enfrenté el miedo a pasar tanto tiempo conmigo, me preparé para adaptarme al mundo y sus circunstancias.
Encontré un universo hecho de muchas preguntas y pocas respuestas yéndome a morir y a renacer entre montañas, entre naturaleza, acompañada de mi hermosa e impredecible soledad.
Entendí pues que a veces, cuando fluyó, también soy navegable
“Perder el miedo” (a escribir, a viajar, como cual sea que pueda considerarse aflictiva) es una expresión que refiere a la conciencia plena de que el miedo puede significar, desde una herramienta de supervivencia, hasta un sentimiento de inseguridad causado por pensamientos contaminados de pasado y de futuro. Un ser valiente no es aquel sin miedos, es quien, dentro de la racionalidad, enfrenta cabal esos temores que nacen de la insensatez o el ansia.
Ahora escribo palabras como sin pensar, deseando que provoquen el amor y el consuelo entre los seres lectores, y siento como si el papel fuera el viento que elevará mi voz en el aire para ser alivio de todos los olvidados, los que se miran así mismos como inadaptados, desgraciados. (Yo personifico el reflejo parcial e inmediato de todos ellos).
Seguí mi corazón y la urgencia de no-ser se convirtió en la razón de todas mis demencias, sin pena ni gloria me arranque de los brazos del fracaso y la pereza, no dominé ninguna de mis ideas, suplí sólo así la desesperación que convoca mi aferramiento.
Lo confieso: Amé en casi todos los paisajes
El camino, aquel que enfrento a cada paso que doy, va uniendo el reflejo de todo con alguna práctica para el entrenamiento mental. Busco la verdad última, aquella que se manifiesta como el Amor absoluto, ecuánime e infinito. Compartir mi sendero significa regalar un cachito de mi corazón, para siempre.
Dejo desde y para siempre (aunque lo entienda sólo a veces) de ser parte de todo: de sentir, necesitar, soy entonces carente de entusiasmo burdo, me formo de un material y estado inalterable. La clave está en aceptar todo así, tal cual es.
Cuando la gente me pregunté porque fue que escribí lo que escribí, contestaré que fue para entenderme a mí y a los otros, que son otros yo. Cuando la gente me pregunté porque viajé todo lo que viaje, contestaré que fue para ver a los ojos a la gente para la que escribí, para yo formar parte de una mejor versión del mundo.
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