Texto: Daniel Anaya
A pesar del silencio, de la violencia, de las amenazas, de todas las historias de injusticia y maltrato que escuchamos todos los días, siempre habrá gente dispuesta a luchar contigo hombro con hombro. No tengas miedo.
Esta es la historia de Daniel Pittet, quien en 1968 tenía nueve años de edad y tuvo la desgracia de toparse con el padre Joël Allaz, quien lo violó durante cuatro años.
Antes de enfrentarse con semejante brutalidad, Daniel ya había sobrevivido al intento de homicidio de su propio padre contra su madre, cuando Daniel estaba en el vientre.
En la Suiza profundamente católica de aquel entonces, la razón siempre se la dieron al marido, quien argumentaba infidelidad por parte de su esposa.
La familia (abuela, madre e hijos) tuvieron que huir lejos del marido a otra ciudad, en donde algunos religiosos les ofrecieron su apoyo. Nunca se imaginaron que estarían huyendo de un infierno para llegar a otro.
El padre Joël Allaz, carismático, inteligente y muy estimado en su comunidad, tomó bajo su supuesto cuidado a Daniel, con la absoluta aprobación de su familia, profesores y otros miembros de la Iglesia. Joël abusó del pequeño Daniel en su convento, en los baños de la escuela y en la casa de la familia del sacerdote, a donde iban en verano. A pesar de que varios notaron el comportamiento extraño y bastante evidente en el sacerdote, nadie se atrevió a intervenir.
No fue sino hasta que la tía abuela de Daniel se dio cuenta del tiempo que pasaba el niño con el sacerdote que prohibió sus visitas. Los abusos terminaron en ese momento; no obstante, no se inició un proceso legal en su contra. Nadie se atrevió a denunciarlo.
Daniel no habló de su experiencia hasta muchos años después, con un amigo que lo apoyó incondicionalmente. A partir de entonces, comenzó a conocer a mucha gente que pasó por experiencias similares. Su propio valor alentaba a otros a hablar, a denunciar, a unirse.
Gracias a esta red de amigos, a un complicado proceso terapéutico, a su esposa y a su propio ánimo para seguir adelante, Daniel encontró la fuerza para denunciar ante las autoridades eclesiásticas.
Joël no podía andar por ahí suelto violando a más y más niños (se tuvo registro de al menos 150 niños víctimas de este hombre). La Iglesia debía responder. Daniel decidió hacer público su caso y escribió el libro Lo perdono, padre. Sobrevivir a una infancia rota, contando su experiencia.
Lo hizo cuidando muy bien las palabras para que no hubiera ambigüedades, por brutales que fueran las descripciones. Es necesario hablar, decir las cosas tal cual son, para que se reconozcan y no se trivialice una vejación de tal magnitud contra un ser humano.
En este libro, Daniel expresa lo que sentía, lo que pensaba, la forma de actuar del sacerdote cuando estaba a solas con él y cómo se comportaba cuando estaba en público.
Es importante estar atentos a todos los signos y cambios en el comportamiento de un niño, y de cualquier persona que pueda estar causándole cualquier tipo de abuso, pues muchas veces, como en este caso, basta con preguntar, pues de lo contrario el niño podría no atreverse o no saber cómo hablar de una experiencia así.
También es importante saber que después de semejante situación de violencia, las víctimas pueden sufrir depresión, ansiedad o diversos trastornos de estrés postraumático, por lo que hemos de acompañarlos, escucharlos y comprender que este tipo de afecciones son graves; no se trata simplemente de “estar tristes” o “enojados” por lo que pasó. Se requiere un proceso, y si tenemos la oportunidad de ayudar, hemos de entregarnos por completo.
Debo hacer hincapié en que el libro no trata de convencer al lector de que la fe es la respuesta para combatir este tipo de situaciones. Daniel Pittet pertenece a la comunidad católica, pero asegura que si perdonó a su violador fue para liberarse a sí mismo. También reconoce que no por tratarse de un sacerdote significa que todos sean pederastas. Asegura que muchos religiosos le ayudaron y jugaron un papel clave para su reconstrucción.
Daniel Pittet ha escrito este libro con el deseo de compartir su historia, de concientizar, de hablar desde la experiencia para todas aquellas víctimas que se sienten solos, que no saben a quién acudir o cómo hablar de lo que pasó. De igual forma, este libro es de gran ayuda para los acompañantes de las víctimas, para saber cómo actuar, cómo reconocer los signos, hasta qué punto intervenir y también saber darles su espacio.
El Papa Francisco ha reconocido este testimonio y ha promovido el libro, como un acto de responsabilidad –mínima aún, por supuesto– contra tantos y tantos casos de pederastia perpetrados por miembros de la Iglesia.
Al final del libro, como un apéndice, se incluye una entrevista con Joël Allaz, en donde reconoce sus crímenes y habla sobre su propio proceso terapéutico.
Mientras más (nos) eduquemos, hablemos, compartamos, nos indignemos, nos sensibilicemos y nos protejamos los unos a los otros, ha de llegar el día en que ninguna persona sea agredida sexualmente. Ya basta.
Lo perdono, padre. Sobrevivir a una infancia rota
Daniel Pittet
Mensajero / Buena Prensa, México, 2017
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