Daniel Anaya López

@danielanaya423

El ser humano ha asumido –ingenuamente, por supuesto– que su vida debe ser guiada por las leyes y la razón. Desde que se reconoce como ser social, sabe que necesita límites para no devorarse entre sí, pues “el hombre es el lobo del hombre”, como dijera Plauto y luego Thomas Hobbes. El ser humano es egoísta por naturaleza y, por tal razón, necesita autoimponerse límites, para que la maquinaria sin sentido siga su curso.

            Así pues, uno de los métodos de control social, económico, demográfico e ideológico más arraigado ha sido el matrimonio. Ligado a él está la familia como institución básica de nuestra sociedad. Y para establecer el matrimonio, con sus reglas y concepciones, la Iglesia tuvo todo que ver… Pero si no nos estableciéramos en familias, si no nos registráramos en pareja y no registráramos como propios a nuestros hijos, etc., para el gobierno sería complicado controlar, dirigir, numerar, estimar… ¿Qué pasaría si simplemente decidiéramos dejar de seguir ese patrón de convivencia prestablecido?

            A final de cuentas, el matrimonio es una concepción más, un convencionalismo. Y teniendo como muestra tantos y tantos divorcios, infidelidades, demandas, pensiones y muertes… Volvemos al inicio y nos damos cuenta de que el instinto termina por imponerse a la razón. Durante el siglo XIX, hubo todo un movimiento literario que reconoció esta condición humana y la retrató con interés documental: el naturalismo. Pero más allá de plasmar en el arte esta condición bestial, hubo un hombre que la adoptó como forma de vida; una de las mentes más salvajes y fructíferas del siglo XIX: el enormísimo, excelentísimo, queridísimo y enfermísimo Guy de Maupassant. (Imagínense aquí fuegos artificiales, explosiones, fanfarrias, un solo endiablado de batería, violines…).

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Él simplemente no creía en el amor y sí en el libertinaje, en las conveniencias, en dar rienda suelta a los instintos naturales. Y esto, en el siglo XIX, era algo cotidiano. Los matrimonios de la aristocracia se formaban por interés monetario o político, para mantener y aumentar el poder y las riquezas. Es por eso que todo el mundo tenía amantes, para poder gozar de sus pasiones con quienes realmente querían, protegiendo las apariencias.

            Maupassant fue un tipo de cuidado. Tenía problemas mentales, además. Misántropo, misógino, esquizofrénico… Intentó suicidarse varias veces y lo encerraron en un manicomio. Al final, luego de su vida promiscua y excesiva, la sífilis le comió el cerebro.

Él mismo fue, por supuesto, su mejor personaje. Alguien a quien podemos disfrutar una y otra vez, sin dejar de deleitarnos, por los siglos de los siglos, a través de sus cuentos y novelas, en las que plasmó de manera exquisita sus temores, deseos, alucinaciones y, por supuesto, toda la náusea que le provocaba el ser humano.

            Bel ami es una de sus obras más conocidas. Es ahí donde muestra la vida de un personaje aparentemente mediocre, un bueno para nada, un cualquiera, que logra escalar la cima del reconocimiento, la fama y el poder gracias a sus cualidades amatorias y embusteras. En esta novela, el pan nuestro de cada días son los amoríos, los engaños, las mentiras, el qué dirán y el no me conformo con esto… quiero más. ¿Les suena, Josefitos?

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            En esta novela, Georges Duroy, el personaje principal (un alter ego de Maupassant, claro está), comienza a relacionarse con la aristocracia y seduce poco a poco a las mujeres de los personajes más influyentes de París. Conforme asciende en la escala social, su ambición aumenta. Se da cuenta de que en el preciso momento en que logra conseguir la aceptación de una mujer, llega el desencanto, se aburre, se decepciona y busca otra presa, logrando siempre el objetivo que se propone, pero con la condena de ser un eterno insatisfecho.

            A pesar de estar a poco más de un siglo de distancia, el tema tiene total relevancia en nuestra actualidad y nos vuelve a poner en el mismo conflicto de la dualidad humana desde que el hombre es hombre: ¿pasión o razón? Lo ideal sería el equilibrio, pero me gustaría conocer al menos a una persona que lo haya logrado.

            Así que no nos vayamos con la finta, Josefos. Una cosa es negar el matrimonio para huir de las ataduras legales y los convencionalismos conservadores, pero andar vagando entre amoríos efímeros, únicamente sexuales, tarde o temprano podría terminar llevándonos a la soledad, así como le sucedió a Maupassant.

¡Demos rienda suelta a las pasiones pero de manera consciente! Sin usar a las personas como fines. Que exista consenso entre las partes –jejeje– involucradas.

            Maupassant no sólo fue un acérrimo detractor del matrimonio, sino de prácticamente cualquier forma de limitación a sus potencias físicas e intelectuales, que sin duda alguna fueron mucho más grandes que cualquier convención social que pretendiera que este tren que no va a ningún lado siga andando.

Su mente se unió al inifinito el 6 de julio de 1893. Y para honrarlo, no nos queda más que leerlo. Aquí les dejo una liga con sus cuentos (pá que no haya pretexto): https://ciudadseva.com/autor/guy-de-maupassant/cuentos/ Au revoir!

– Imagen Maupassant Thugh Life: http://asociacionhumanidades.es/wordpress/?p=491

– Foto Maupassant: https://ciudadseva.com/autor/guy-de-maupassant/cuentos/

– Libro El Horla, Valdemar: https://boutiquedezothique.es/terror/370-el-horla.html

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