Por Una Buena Brujer
Agosto 2019
Crecí sin hermanos, y contrario a lo que puede pensarse, CERO la leyenda urbana de que los hijos únicos son demandantes y consentidos. Nuncamente.
Siempre desee tener hermanos mayores… imaginaba recargarme amorosamente en alguien resolutivo, divertido y confiable. Me hice una adultita a los cuatro años, adoptando una conducta impropiamente solitaria y madurita a mi corta edad.
La búsqueda de cómplice de vida, fue más que caótica en la infancia, parecía como el huevo rojo en medio de todos los blancos.
Me adapté a caminar sola y mi personalidad huraña sobrevivió hasta entrada la joven adultez. Ahí, conocí el milagro de conocer -por pinches fin- a personajes llenos de vida, carcajadas y un cerebro brillante y compasivo.
Dios me indemnizó con una sonrisa torcida, subsanando los años de ermitaño caminar
De pronto, ya tenía una copartícipe de imprudencias, disparates y carcajadas prohibidas en una oficina con todas sus formalidades; de pronto ya contaba con una cómplice al asomar la cabeza buscando la mirada silente de mi amiga que estaba unos cuantos metros, y compartía la zozobra de una calificación en la universidad. Ella estaba para mí. Se preocupaba y ocupaba por mí.
Era tan extraño como inverosímil saber que, después de un día de franca porquería del trabajo, yo tenía asegurado un espacio a lado de ella, de mi amiga, en el salón de clases o en el comedor de una oficina.
“Casi no platicas de tus cosas, y casi nunca sales con nosotras“… me reclamaba amorosamente mi amiga de vez en cuando; ella no sabe que su sola presencia acompaña tibiamente mi existir, y que, sin lazos sanguíneos ella es mi hermana, legítima sangre de mi sangre y que su plática y compañía sin condiciones, transforma una gris oficina en un mini paraíso donde todo huele a risas, caramelos de leche quemada y generosidad.
Es una relación longeva y nutritiva, donde descanso de ser “miss good manners”, y el tiempo me abraza a través de esta adultescente mal hablada y de buen corazón.
“Sé que no pedirás ayuda, pero sabes que estoy para ti“, me afirma mientras frunce el entrecejo y llena de mensajes mi celular cuando me sabe mal o desorientada.
No sé a ciencia cierta si ella sepa que su existir luminoso y compañía, completan grandes vacíos y que vivo agradecida -aún con mi ermitaño ser-, de tenerla como lo más cercano a una hermana de sangre.
Tratar con cariño y escuchar con el corazón, es tocar con respeto el alma del otro.
Es mi deseo que ella sepa que, en mi lejanía tiene asegurados absoluto acompañamiento e ilimitado cariño que suprime al tiempo y a la distancia… que aventaja los años y que ya tiene un lugar afianzado en la posteridad de mis pensamientos; ¡que no hay alguien que la sepa, la conozca y honre sus emociones como yo lo hago!
Y como está saliendo la mujer empalagosa que vive muuuy dentro de mí, aquí le paramos; no sin antes esbozar una sonrisa, de esas que se escapan solas, agradeciendo tenerla conmigo aún en la distancia.
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