Amparo Bojórquez

Desde el teatro al aire libre que se abre como foro romano, una trompeta abre los cielos con un grito sostenido, seguida a hurtadillas por un contrabajo. El saxo barítono se asoma tras las cortinas con sensualidad de humo, y el piano salta con cinco notas seguidas como una risa contagiosa que se persigue a si misma. Al cerrar los ojos podemos ver bailarines de piel oscura y trajes vistosos moviéndose con un ritmo enloquecedor.

Es el jazz.

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El sol que se va deslizando con pereza tras de nosotros ilumina con sus últimos esfuerzos naranjas un escenario lleno de músicos que se entregan a ese frenesí llamado jazz. Provenientes de Veracruz, el Jazz House Colective no dudó en llevarnos tan sólo con sonidos a un café del malecón y darnos un beso sabor a sirena.

Más tarde, cuatro cantantes y la banda Dock in Absolute interpretaron ambiciosamente un Lullaby of Birdland impecable, quizá imperfecto en su perfección, pero que sin duda los amantes de Ella Fitzgerald de los asistentes podrían considerar como un clásico necesario dentro de cualquier festival de jazz. Otra de las estrellas de la noche fue Feeling Good de Nina Simone, reinterpretado de forma interesante con una voz masculina, cargado por los instrumentos de viento en el patrón descendente de pasos de gigante.

Finalmente la corona de la tarde fue Andrea Miller, amada por el público por una sonrisa franca y encantadora. Una de mis favoritas, Black coffee, nos contó, inspirada por el momento en que una mujer espera a su hombre despierta, alerta con un cigarrillo y por supuesto, café negro.

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Melodía y aire, atardecer y noche. Sin duda, para aficionados e iniciados en el género, el Festival de jazz de Polanco se vuelve en una tarde mágica para recordar por mucho, mucho tiempo.

 

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