Mayo 2020
Por: Una Buena Brujer
Fotografía: Carlos Cab
-¡Estoy muy mal, necesito salir!-, mis amigos se lamentan en el teléfono mientras le doy un sorbo a mi infusión de té de toronjil con fresa. Intento reconfortarlos y traerlos a mi mini-mundo de tranquilidad, en un amanecer oliendo en mi difusor lima, madera de cedro y hierbas.
Hace algún tiempo tengo la bendición de no despertar de noche angustiada para alistarme y salir de casa al alba para llegar deshocicándome a un trabajo que me estaba convirtiendo en una horrible y gris persona; despierto naturalmente cuando el sol se convierte en una despampanante y enorme pelota coral intenso, y suelo ver a todas las aves que -felices de nuestro encierro- cantan cada mañana una canción que pocos queremos escuchar.
Cero alarmas, cero angustia de llegar tarde a la cita con un reloj checador inmisericorde y sordo. Adiós a los tacones incómodos y al bendiiito tránsito que robaba mi tiempo de desayunar con una sonrisa, sin atragantarme para salir corriendo… puedo meditar unos momentos en sintropía y regresar a mi tan extrañado centro de paz y gozo, es neta. La neta más deseada en un trajín de vida nada compasivo o fácil.
Poco antes de las 8:15 lavo mis dientes recordando en un espejo como soy. Como olvidé que era ser yo, y cómo mis ojos se van haciendo más humanoides y menos humanos… mj, por extraño que esto se lea. Enciendo la laptop para dar la bienvenida a mi día laboral con otro té de menta con manzanilla mientras los pajaritos me acompañan al abrir la ventana; me observan curiosos en la cornisa de la reja y me siento tan afortunada de bendecir una jornada de trabajo, como hace mucho no lo hacía.
Mis profundos procesos introspectivos no me permiten cerrar los trescientos pensamientos que como buena overthinker-ansiosa suelo tener, pero recuerdo que de a poco me voy deshaciendo de esos implantes de miedo, de deber ser; y por la tarde no me enfrentaré al irremediable tráfico al regresar a casa, apenas sin vida, votando los tacones con la mente agotada de un día desperdiciado sin reír. No. No más.
En las calles prácticamente desoladas y recuperándose de nuestro tumulto, veo con tristeza la preocupación de las personas cuando debo salir por alimentos para varios días, por supuesto que advierto en sus ojos el miedo con el que ajustan sus tapabocas y caminan cabizbajos alejados unos de otros. No podría ser de otra manera… las personas pre-ci-san de otras.
Finalmente y con nostalgia van cayendo en cuenta que, la escala de sus prioridades ha cambiado y que, darían tanto, tanto por volverse a reunir, por regalarse un largo abrazo de consuelo, por ver las sonrisas mutuas que por ahora es imposible con un cubrebocas que también delata miedo y paranoia.
La ambición de comprar lo último, estrenar esos costosos zapatos y comer en el restaurante más fancy de la ciudad, lo cambiarían por fundirse en un abrazo y en una entrañable conversación frente a frente con carcajadas que nos traen aromas, temperaturas, y emociones que una pantalla nunca podrá.
Eso queremos: conectar. Oler el perfume del cabello de alguien a quien añoramos, de abrazar sin temor a nuestros amigos del alma y saber que, tenemos un boleto seguro de regreso al ayer, y que una tarde nos alcance para recordar que reír juntos es lo mejor que nos haya pasado.
¿Yo? Como amante observadora de las emociones humanas, disfruto mi soledad mientras noto cómo las personas recuperan de a poco, su despintada humanidad.
Comentarios con Facebook