Texto y fotografía por Una Buena Brujer

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Nuevo Vallarta, el viejo Vallarta, y el Vallarta romántico, se mezclan cual acuarela en un lienzo húmedo, en el que cada color no pierde su individualidad ni contraste.

Permanecí en la brisa fresca e insolente del trampolín de un catamarán, en un atardecer anaranjado en La Marina, recorrí cien veces el limpio e inmenso malecón con un raspado de mandarina en mano, un sombrerito de paja en mi cabeza, y rodeada de las desvergonzadas gaviotas y palomas que no dudaban en pillar migajitas del piso, tan pronto alguien se descuidara.

Me embriagué del olor salino de las olas frías en el amanecer de sus playas; y recorrí el empedrado de los caminos antiguos que albergan las hermosas casas de antaño, que dan vida a las leyendas de los lugareños que quedaron eternamente enamorados por varias generaciones de los violetas ojos de la Taylor.

El jardín botánico de Vallarta, es un paraíso bañado de esmeralda y tornasoles matices donde el tiempo colapsa entre un río prístino y el cantar de cientos de aves acompañándonos en el recorrido.
Coronar la visita ya entrada la tarde con unos camarones fritos en tortillas hechas a mano con picosito guacamole, es un regodeo al hedonismo sano. Al bajar las escaleras, encontrarás una procesión de deseos y agradecimientos de visitantes aquel lugar: cada escalón alberga celosamente azulejos con nombres de personas agradeciendo o pidiendo un deseo por alguien más. Esos peldaños guardan amor, nostalgia y felicidad que pasarán a la posteridad… aquí es posible implorar lo que más desea el corazón.

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Recuerdo haber desdeñado algunos restaurantes de moda aquella mañana antes de partir de esa tierra, al encontrar un lugarcito lleno de manos trabajadoras y un olor a chile guajillo friéndose; y terminé eligiendo una modesta silla de paja pintada a mano, con una vista hermosa al lado del aún prístino río Cuale, y mi plato de barro desprendiendo un aroma a huevo de rancho bañado en una picosa salsita, rodeado tostadas incrustadas en los frijoles refritos más cremosos que he probado en mi vida. Sólo distrajeron mi atención las voces en armonía de un trío de jóvenes cantando el bolero Como fue acompañados de su vieja guitarra y saxofón.

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Estoy segura que, cada viaje que me ha tocado el alma tiene su espacio intacto en mis recuerdos, pero este último a tierras jaliscienses, se ha quedado impreso en mi paladar como dulce típico sabor tamarindo.

 

 

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