YO Herodes, Los NIÑOS Y Mi Maestra Favorita

“-!Cómo voy a sentir a gusto por los niños si cuando era niña, ni yo me caía bien!-“, afirmo cuando
alguien me pregunta asombrado porque no quiero tener hijos propios.

Y no soy una ¨»mostra», come
infantes, ni una amargada poncha pelotas que vuelan al patio de mi casa, mucho menos una bruja que
convierte a los niños en ratones. No.

Así el bisne: un hijo, debería ser la mejor versión de uno mismo; y ello implica donar tu vida algunos
años, y ser una persona congruente y presencial. No sólo debieron nacer para tapar nuestras carencias
o salvar un matrimonio, o peor idea: para que ellos te cuiden y se inviertan los papeles.

(Después de esta cavilación, continuamos con nuestro asunto).

Cuando era niña, -porque era ya una Herodes adultita consciente y aburrida desde los cinco años-,
evaluaba a mis profesores en dos categorías: maravilloso y nefasto. No había puntos medios, y
tristemente sólo el 3% era galardonado con mi dedo pulgar hacia arriba.

Crecí -como muchos-, entre maestros mediocres y resentidos, carentes de inteligencia emocional y
también intelectual; no confiaba en ellos y lo peor: no me inspiraban y reprimieron cualquier intento de
natural curiosidad. Eran eso: egos obesos con mentes anorexicas, por lo que desde pequeña decidí
buscar en las enciclopedias viejísimas de mi abuelo, y los Selecciones del Reader’s Digest de mi
madre, las respuestas que en el colegio no encontraba.

Subir